6 de diciembre de 2024

Analizan las coincidencias y disentimientos entre México e Italia, en la época contemporánea

Estudiosos ampliaron perspectivas en la tercera sesión del seminario virtual “Italia y México: Relaciones culturales”

  • La inmigración italiana tuvo fases intensas: la primera, entre 1881 y 1926; y la segunda +entre 1922 y 1943, durante el fascismo

En las últimas décadas, a la amplia historiografía sobre la inmigración italiana en México, se han sumado novedosas investigaciones sobre las relaciones políticas, diplomáticas y religiosas —con injerencias de la curia romana desde la Santa Sede— entre ambas naciones, así como estudios dedicados a los vínculos culturales.

Investigadores abordaron estos temas en la tercera sesión del seminario “Italia y México: Relaciones culturales”, organizado por la Secretaría de Cultura y la Embajada de Italia en México, a través de los institutos Nacional de Antropología e Historia (INAH) e Italiano de Cultura, quienes analizaron las coincidencias y disentimientos que sortearon en los siglos XIX y XX.

El profesor-investigador de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), Franco Savarino Roggero, brindó un panorama de cómo se constituyeron los vínculos entre ambos territorios, particularmente a mediados del siglo XIX, cuando ambos estaban inmersos en procesos de reconstrucción y conformación de sus Estados-nación.

Después de su independencia de España, México comenzó a debatirse entre los proyectos de conservadores y liberales, mientras lidiaba paralelamente con invasiones extranjeras; asimismo, durante la década de 1861 a 1871 diversos acontecimientos daban lugar a la unificación de Italia. No obstante, la escasa industrialización y una población agrícola pobre y en aumento continuo, condicionaron la migración hacia América Latina en los años 70 y 80 del siglo XIX.

El historiador, naturalizado mexicano, explicó que ambos países pueden considerarse “periféricos”: México en el extremo Occidente, e Italia “algunas veces tratada como marginal por los países del norte, donde inició la industrialización”.

En términos geopolíticos, “Italia fue el último país europeo en unirse a la aventura imperialista, colonizando Eritrea, Somalia y Libia, entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX. Una vez independiente, Italia ambicionó reconstituir el prestigio y la gloria de la antigua Roma”, dijo el también cofundador del nuevo Posgrado en Ciencias Antropológicas del INAH.

El nacionalismo acompañó estos fenómenos de reconstrucción en los dos países, dando lugar ya en el siglo XX a experimentos políticos como la Revolución Mexicana y, en el caso italiano, al fascismo, después de la Primera Guerra Mundial.

“Sin embargo, puede decirse que la inmigración italiana en México tuvo fases intensas, pero cortas: la primera entre 1881 y 1926, mientras que la segunda —altamente politizada— tuvo lugar entre 1922 y 1943, durante el fascismo, arribando personajes adheridos a esta ideología y movimiento político, pero también comunistas contrarios al mismo, como la fotógrafa Tina Modotti”.

La catedrática de la Universidad de Guanajuato, Marcela Martínez Rodríguez, ha realizado estudios sobre los inmigrantes del norte de Italia que, entre 1881 y 1882, llegaron a México para formar colonias agrícolas, entre ellas, la Carlos Diez Gutiérrez, también llamada “La Italiana”, en San Luis Potosí. Hasta hoy, los herederos del centenar de familias de la migración original siguen practicando las mismas actividades agropecuarias, aunque no a gran escala, como es el caso de la producción de lácteos en Chipilo, Puebla, donde se establecieron familias de la región de Véneto.

Estas colonias, detalló la historiadora, se ajustaban a los objetivos del proyecto de colonización trazados por Porfirio Díaz, el cual buscaba delimitar fronteras, modernizar el campo, incrementar la producción agrícola, impulsar la economía, poblar espacios vacíos, promover la inmigración de europeos de origen latino y que profesaran la religión católica.

Se prefirió a los italianos del norte de ese país y de Tirol meridional, perteneciente al Imperio austrohúngaro, sobre españoles y franceses, pues había reticencias ante las aún recientes heridas de las guerras de Independencia y las posteriores intervenciones militares.

Las leyes y los contratos de colonización estipulaban que el colono debía dedicarse a las actividades agropecuarias, trayendo consigo herramientas de labranza. Al fundar cada colonia agrícola, los jefes de familia podían recibir además animales, otras herramientas y semillas para iniciar su labor.

Auspiciadas por el gobierno mexicano, entre 1881 y 1882, se conformaron seis colonias: Manuel González, en Veracruz; Porfirio Díaz, en Morelos; la mencionada Diez Gutiérrez, en San Luis Potosí; Fernández Leal (Chipilo) y Carlos Pacheco, en Puebla, y Aldana, en Ciudad de México; sería la primera y más organizada de las oleadas de inmigrantes italianos, pues después la colonización se dejaría en manos de compañías privadas, finalizó la investigadora.