“En todos sus años de lucha presidente, usted imagino que sería un gran defensor del ejercito?”
“SI, si imagine, porque como conozco la historia. Y a lo mejor conviene, recordarla en breve: Victoriano Huerta, un mal militar, encabezó, con el apoyo del embajador de Estados Unidos, Wilson, un golpe de Estado, y asesinaron al apóstol de la democracia de México, a Francisco I Madero, un presidente bueno, de los que admiro, de los únicos tres presidentes que admiro, Juárez, Madero y el general Lázaro Cárdenas. Y un gobernador, -el único-, Venustiano Carranza-, gobernador de Coahuila, desde que detuvieron al presidente Madero, aquí, en la sala de juntas, donde despacho, lo bajaron a la intendencia y lo tuvieron cuatro o cinco días preso, junto con el vicepresidente José María Pino Suarez, en la intendencia, por eso hicimos un museo y se llama La intendencia de la traición; ahí estuvieron y de ahí los sacaron, Francisco Cárdenas, fue el encargado, de la ejecución, también un mal militar, que había estado combatiendo a zapatistas y a revolucionarios en el sur de Veracruz. Y a él lo escogió Huerta, y se entrevistó con él, y según el maestro Taracena, le ofreció Huerta una copa de coñac, y ahí fraguaron ese terrible asesinato, que avergüenza, es de las manchas, más terribles en la historia de México. Bueno, Huerta manda un telegrama diciendo a todos los gobernadores, que ya era él, el presidente. Y todos, menos uno, se sometieron. Y fue Venustiano Carranza el que dijo no. Y el congreso de Coahuila, entonces, convocó a la rebelión, para reestablecer la legalidad y la democracia, y ahí se autoriza la creación de un ejército, para enfrentar a la dictadura, y ahí se funda el actual ejército, para luchar por la legalidad, la democracia, y en contra de la usurpación, y del asesinato del presidente Madero. Entonces como conozco eso, pero además conozco todos los pueblos de México, y en los pueblos de México viven las familias de los soldados, y son hijos de campesinos, hijos de obreros, hijos de comerciantes. Nada más para el informe de ustedes, de los veinticinco o veintiséis generales de División, que hay en el país, la mayoría son hijos de campesinos, hijos de obreros, hijos de mecánicos, hijos de comerciantes, hijos de militares. Nuestro ejército, es un ejército popular; por eso digo, que el soldado es pueblo uniformado, y cuando han cometido errores, -que los han cometido-, ha sido fundamentalmente, por órdenes de autoridades civiles, por órdenes de los presidentes civiles. Entonces sí…, tienes razón, defiendo al ejército, y defiendo a las fuerzas armadas. Y saben quién también defiende al ejército, defiende a las fuerzas armadas?, la mayoría del pueblo de México. Y como decía el liberal, el nigromante, Ignacio Ramírez, en el tema religioso, (él era anticlerical), pero decía, “yo me hinco, donde se hinca el pueblo”.
Este dialogo fue sostenido por el presidente en su conferencia mañanera del pasado día tres de octubre ante el cuestionamiento de la reportera del semanario Proceso, Dalila Escobar, respuesta que denota, a más del conocimiento de la historia, el compromiso y la congruencia que, como Comandante supremo de las fuerzas armadas, el presidente ha asumido; la misión de enaltecer a una institución que de por sí, cuenta con la aprobación, -verificable en encuestas serias realizadas por el INEGI-, de la mayoría del pueblo mexicano. Respuesta que llena de orgullo a las fuerzas armadas y a todos los mexicanos que, a lo largo de la historia hemos sido testigos de su entrega valiente y su heroísmo, que en momentos puntuales, les ha conducido a cometer equívocos, movidos por el juramento de lealtad y obediencia a su Comandante Supremo.
No peca de inocente la reportera al formular esta pregunta. La intención fue muy clara, evidenciar un posible contrasentido, una incongruencia política, al ser un presidente que, desde la izquierda, lucho por años contra los diferentes regímenes de gobierno. Pareciera que por esta razón, el presidente Andrés Manuel debería tener una animadversión, casi religiosa hacia las fuerzas armadas, la que por años tuvieron quienes sufrieron en carne propia la represión del ejército, por sus luchas guerrilleras que buscaban cambiar de raíz el modo de gobierno, o por quienes profesan un pensamiento de izquierda que condena las dictaduras que asolaron toda Latinoamérica. Uno podría imaginar, que el presidente respondería a la reportera, de forma diplomática, sin mojarse; una respuesta timorata y ambigua, que no fuera chicha ni limonada como decía el maestro Víctor Jara. Pero no, la respuesta fue clara y contundente: apoyo irrestricto a las fuerzas armadas. En este contexto, vale la pena analizar el papel de la prensa en los juicios que ha emitido, sobre todo en este sexenio, acerca de Soldados, Marinos y la Guardia Nacional.
En los años setenta, con el trauma que significo la masacre del 2 de octubre, fecha que simboliza lo que fue una concepción autoritaria del poder, la utilización del estado mayor presidencial y fuerzas paramilitares para llevar a cabo un acto de represión que derivó en incontables muertos, heridos y desaparecidos, y sobre todo un gran sentimiento colectivo de enorme dolor. La escritora Elena Poniatowska, que plasmo la cronología de esta matanza en “La Noche de Tlatelolco”, resumio´ en una frase que quedó grabada a fuego en el sentimiento popular, la magnitud de la tragedia. Al referirse a la Plaza de las Tres Culturas, donde tuvo lugar la masacre dijo: “El aire, olía a sangre”. Esa misma noche, el gurú de Televisa, Jacobo Zabludovsky, inicio su noticiero, “24 horas”, con la siguiente frase, cínica y alcahueta: “Hoy fue un día soleado en la ciudad de México”. Sin comentarios.
Decíamos que en los años setenta, las fuerzas armadas, por órdenes de civiles, de los presidentes Gustavo Diaz Ordaz y Luis Echeverria implementaron una guerra de exterminio (la conocida como Guerra sucia) sobre todo en el estado de Guerrero en donde el valiente profesor rural Lucio Cabañas había iniciado una guerrilla, lastimosamente sin posibilidades reales de triunfo. Autoinmolarse en aras de libertades y justicia para los pobres fue el sino de este valiente guerrillero, a cuya memoria, el pueblo sigue cantando y recordando con inmenso cariño y respeto. En esos tiempos la prensa fue muda, servil y obsequiosa con el poder. Años después el escritor Carlos Montemayor dejaría un testimonio desgarrador de esa guerra del poder en contra del pueblo, en un libro llamado “Guerra en el paraíso”, de lectura obligada.
Recientemente, en el sexenio de Felipe Calderón, de nuevo el ejercito fue obligado a cumplir con tareas ingratas y sin un marco constitucional acorde a las actividades castrenses a las que fueron obligados a realizar, en su delirio y en un afán de alcanzar la legitimidad que no le dieron las urnas, el espurio Felipe Calderón declaro una guerra al crimen organizado, sin estrategia, sin logística y sin la más mínima percepción de las repercusiones que esto podría acarrear. Lanzó al ejército a las calles, serranías y poblados para enfrentar, como si de enemigos a exterminar se tratara, a quienes formaban parte de la delincuencia ligada al narcotráfico. Hoy sabemos que, en realidad, el expresidente Calderón actuó así para favorecer una de esas bandas, en la figura de su secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, hoy preso en Estados Unidos por cargos de narcotráfico y crimen organizado. De ese tamaño la felonía del impostor. Para no variar, tuvimos de nuevo una prensa omisa, alcahuete y obsequiosa con el poder, llegándose al extremo de la firma de un pacto de silencio, los principales diarios, televisoras y cadenas de radio suscribieron un gran acuerdo para silenciar los terribles sucesos que en materia de violación de derechos humanos se estaban llevando a cabo en nuestro país.
Por contrapartida, en el sexenio del presidente Andrés Manuel López Obrador, se ha observado un cambio cualitativo y cuantitativo en lo referente a las fuerzas armadas, se les ha dotado de un marco constitucional para que puedan, acotados por ordenamientos y la más estricta observancia al respeto a los derechos humanos, participar en tareas de seguridad pública, no solo en defensa de la soberanía nacional, como tradicionalmente se les concibe. Esto se ha traducido en que soldados y marinos, ya no son los principales violadores de los derechos humanos, como ocurrió en sexenios pasados, tal como quedo acreditado ante la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Hoy el estado mexicano ha dejado de ser, el principal violador de los derechos humanos, cambio no menor si consideramos la naturaleza del poder que les confiere su entrenamiento y las armas de que disponen. La tentación de no observar el respeto a tales derechos es un riesgo permanente en el diario acontecer de la Institución.
En este sexenio los aportes de las fuerzas armadas al desarrollo del país han sido de gran valía, haciendo honor los preceptos constitucionales que a continuación se describen:
- Defender la integridad, la independencia y la soberanía de la nación.
- Garantizar la seguridad interior.
- Auxiliar a la población civil en casos de necesidades públicas.
- Realizar acciones cívicas y obras sociales que tiendan al progreso del país.
En este sexenio como en ningún otro, las fuerzas armadas han realizado obras cívicas y sociales según reza el cuarto apartado del ordenamiento arriba citado, hoy ingenieros militares construyen aeropuertos, trenes, presas, acueductos, distritos de riego. Fueron, junto con el sector salud, los responsables de llevar a cabo la reconversión hospitalaria más grande de América Latina para enfrentar el terrible flagelo de la pandemia de COVID, además de ser los encargados de la logística para la distribución en todo el territorio nacional de vacunas para llevar a cabo el Plan Nacional de Vacunación que alcanzo hasta un 90% de la población, únicamente dejaron de vacunarse a aquellos que por voluntad propia no quisieron hacerlo. Los ingenieros militares también han construido y habilitado más de 2,500 sucursales del Banco del Bienestar, meta que se ha trazado en 2700 sucursales, construyen además cuarteles para la naciente Guardia Nacional, transportan por todo el territorio nacional, fertilizantes que el gobierno entrega de manera gratuita a los productores agrícolas en el país. Se encargan además de la seguridad y operación de las aduanas en México, de la operación del aeropuerto Felipe Ángeles y de la seguridad del aeropuerto Benito Juárez de la ciudad de México. Todo esto sin descuidar el auxilio a la población en casos de desastre natural, el combate a la plaga de sargazo en el caribe mexicano y son los responsables de la capacitación y adiestramiento de los miembros de la Guardia Nacional.
Este cambio cultural tiene muy molestos a las fuerzas conservadoras qué, por años concibieron el verde olivo, las botas y bayonetas del ejército, como instrumentos de represión y fuerza en contra de la población. Como era previsible no hay un reconocimiento explícito de la prensa que fue alcahueta y rastrera con los presidentes que antecedieron al actual gobernante de México, lejos de reconocer su incansable labor, se ha criticado permanentemente la participación de las fuerzas armadas en tareas qué, según su criterio debieran hacer personajes civiles y sobre todo y muy importante, la iniciativa privada. Como si esta no buscase únicamente su beneficio económico y hacer grandes negocios a costillas, del erario de la nación, que como reiteradamente ha dicho el presidente, es dinero del pueblo.
En esa misma conferencia del día tres de octubre, el presidente mostró cifras del INEGI que constatan el gran apoyo y aprobación que el pueblo de México los concede a las fuerzas armadas y a sus tres principales institutos, el Ejército, La Marina y la Guardia Nacional, quedando de la siguiente manera:
Marina: 90.1 % de aprobación.
Ejercito: 87.2 % de aprobación.
Guardia Nacional: 80.8
En comparación, las policías estatales cuentan con un 58.4 y ya no hablemos de municipales y agentes de tránsito, salen reprobados.
¿Qué ha distinguido y regido el actuar de nuestras fuerzas armadas?, a juicio del presidente, es el gran amor que le profesan al pueblo y ya sabemos que, amor con amor se paga.
No puede ser de otra manera si entendemos que soldados, guardias y marinos, son, orgullosamente, Pueblo uniformado.