26 de abril de 2024

Felicidad, virtud y acción|Por Segundo Carmelo Padilla Cruz

Felicidad, virtud y acción

“Cuando hablamos del carácter de un hombre, no decimos que es sabio o inteligente, sino que es manso o moderado; y también elogiamos al sabio por su modo de ser, y llamamos virtudes a los modos de ser elogiables”.

Aristóteles, Ética Nicomaquea

Por Segundo Carmelo Padilla Cruz

En la historia del pensamiento existen distintas autoridades. Aristóteles sin problema representa una de ellas. Su filosofía floreció en la antigua Grecia, en el periodo que el canon histórico marca como el “Apogeo” del pensamiento filosófico antiguo. Este periodo se ubica en el punto medio entre dos extremos. Por un lado, después de la “Génesis” de la filosofía, ahí donde se suele encontrar a los filósofos presocráticos (desde Tales de Mileto hasta Demócrito). Y por otro, antes de la “Decadencia” del pensamiento griego, aquel que se conoce como “Periodo helenístico romano” (en donde ya no encontramos autores concretos, sino escuelas. Por ejemplo: la estoica, epicúrea, cínica, escéptica, ecléctica y hedonista).                                                     

Entre los clásicos de la Grecia antigua Aristóteles se ubica al final de ellos. Después del pensamiento de Sócrates y Platón. Donde el último sería el gran alumno del primero, y Aristóteles el gran alumno de este último. En el pensamiento aristotélico se pueden mencionar muchas cosas, pues su filosofía es basta como para indagar en distintas ramas del saber y la ciencia. De hecho, casi toda la especulación aristotélica (en el paso del tiempo) terminó por germinar en distintas ciencias que hoy denominaríamos como ramas del saber o saberes particulares (la política, la ética, la psicología, la botánica, la biología, la física, la filosofía, etc.).                                                                                                    

En el caso de su obra escrita figuran distintos textos. Algunos de ellos por si solos podrían ubicar, de principio, al filósofo como un clásico. Pensemos, por ejemplo, en el libro de la Metafísica, el Órganon, su tratado del Alma, o alguna de las Éticas. No obstante, no podemos dejar de mencionar su obra como un corpus que en su dispersión temática refleja unidad y totalidad de pensamiento. Y en ese sentido, rigor y virtud científica.                                      

En el caso concreto de la ética y, en específico de la Ética Nicomaquea, podemos decir que este texto trata con severidad y bastante luz diversos temas relacionados a la existencia del hombre y, sobre todo, a su comportamiento en la existencia. Entre los temas más importantes que el estagirita toca en su ética, por lo menos al principio de ella, se encuentran aquellos referidos a la felicidad (definición y consecución de la misma: Eudaimonía), a la idea de la virtud referida al término medio entre dos extremos (el exceso y el defecto); así como a todo aquello que se relaciona con las acciones de los hombres. Cuya razón de ser sería el objeto mismo de la ciencia practica o ética.

En lo que se refiere a la felicidad (fin último y primero de los hombres y la política) el filósofo nos dirá que ella será el “supremo bien” entre todos los que puedan realizarse. Nos dirá, también, que ella misma será origen y meta, así como planteará la pregunta de cómo podemos conseguirla y en qué consiste la felicidad y la vida feliz. Como sumo bien, la felicidad será objeto de muchas páginas y reflexiones por parte de Aristóteles. A tal grado que hará de ella una especie de “ontología de la felicidad”, pues la posiciona en el grado de lo que subsiste a pesar del cambio. En la terminología aristotélica todo lo que digamos de ella, estando ella misma alcanzada, será accidente. Pues la felicidad es ya en sí misma y no puede dejar de ser (o no ser) una vez que sea o esté siendo.                          

En Aristóteles esto cabe y es suficiente para hacer ciencia (quizá por ello la ética sea considerada como ciencia práctica). Pues como bien dice el autor en otra parte de su obra, “solo se hará ciencia de lo ente (o sustancia; ousía en griego) más nunca del accidente”. Es decir, del predicado de lo ente (del algo que dice algo de alguien).                                                                  

Así las cosas, Aristóteles define lo que la felicidad es.  A lo cual dice que ella es elegible siempre por sí misma y nunca por otra cosa, es decir, por sus consecuencias. La felicidad, por tanto, será una actividad que se alcanza con la práctica y quehacer del alma de acuerdo con una virtud perfecta. Aparte de que ella es símbolo de perfección, suficiencia e independencia en la vida del hombre. Pero ¿cómo ser felices y cómo descubrir que lo somos? ¿Cómo considerar si la felicidad, en efecto, es deseable porque es virtud, es decir, porque es buena (pues según Aristóteles todo lo bueno es deseable, pues todo lo deseable tiende a un fin, y todo aquello a lo que las cosas tienden, está bien o se dirige a un bien)?                                                                                                          

La respuesta, por lo menos en los términos de la virtud (areté), quizá esté en la noción del “Término medio”. Punto medular de la ética aristotélica. El autor nos dirá, a propósito de esto, que “la virtud es término medio. ¿En qué sentido? En el sentido de que es término medio entre dos vicios, uno por exceso y otro por defecto. Y es tal virtud por apuntar al término medio en las pasiones y en las acciones”. Por ejemplo, entre la “arrogancia” (exceso) y el “disimulo” (defecto) estaría la “sinceridad” (punto medio). El término medio estará a la mitad del camino entre la razón y la pasión, entre el apetito y la moderación, entre el hombre bestia y el hombre virtuoso, entre los placeres del alma y los placeres del cuerpo. En la separación del cuerpo y el alma a través del uso de la razón y la prudencia (fronesis).                                   

Por último, mencionemos algo de las acciones del hombre. De estas Aristóteles dirá que existen tres tipos. Aquellas que son voluntarias e involuntarias, y también unas denominadas mixtas. Las dos primeras son parte de la volición del hombre y recaen, por tanto, en su voluntad o libertad. Las segundas, no dependen de él, y quizá habría que dejarlas descansar en el rubro de la contingencia, de lo posible o, incluso, de lo azaroso. Para entender esto último, hablemos de ellas en los términos de la acción moral, inmoral y amoral (así como lo expresa y explica la ética contemporánea).                                             

La primera de esas acciones serán todas aquellas actividades humanas que se coloquen dentro de lo que se determina (o califica) como “bueno o correcto”. En el caso de las acciones inmorales, serán todas aquellas actividades que se coloquen dentro de lo contrario, es decir, de lo que se considera como “malo o incorrecto” (limitamos la mención de ejemplos a este tipo de acciones por ser evidentes ante el criterio del bien hacer y su contrario). Lo amoral, simplemente, será aquello que escape a una y otra consideración. Es decir, que no puede ser susceptible de ser llamado bueno o malo; correcto o incorrecto (como el suplir necesidades de orden fisiológico: comer, dormir, descansar).                                             

Para el caso de las acciones morales e inmorales; sean voluntarias o involuntarias, cabría todavía “deliberar” sobre lo que está en nuestro poder y lo que escapa de él. Pues en tanto esta capacidad, el hombre posee la libertad (facultad a través de la razón) de obrar bien u obrar mal, es decir, él decide ser virtuoso o no. Aristóteles dirá, a propósito de esto, “la virtud como el vicio está en nuestro poder. La virtud y el vicio son voluntarios a los hombres”.

En definitiva, hay que decir que entre la definición y consecución de la felicidad, así como del punto medio y la libertad de las acciones descansa la ética aristotélica. O por lo menos, la expresada en la primera parte de la Ética Nicomaquea. Desde luego que dicho tratado queda supeditado a la voluntad de los individuos, es decir, de tomarla como paradigma de acción. Aceptarla o no será parte del ejercicio de la libertad que dota la capacidad del pensamiento de los hombres. Incluidos nosotros en este devenir del movimiento. En esta numeración del cambio. Es decir, de la existencia.