24 de abril de 2024

Contra los malos maestros

Contra los malos maestros

“Pero si los antiguos dioses no escribían ni habían promulgado ortodoxia alguna que debiese ser respetada, ¿dónde sacaban aquellos filósofos y sabios de tiempos pretéritos su autoridad intelectual? Pues sin duda del respeto racional que inspiraban a quienes les dedicaban sus horas de estudio. Este respeto racional, que es respeto a la razón al margen de la fe y a veces subrepticiamente contra ella, configura el verdadero punto de partida de las humanidades y el humanismo”.

-Fernando Savater, El valor de educar

Por Segundo Carmelo Padilla Cruz                   

*Licenciado en Filosofía y Maestro en Ciencias Sociales por la Universidad Veracruzana. Premio Arte, Ciencia, Luz (2019) y actual estudiante de la Licenciatura en Sociología de la máxima casa de estudios del Estado de Veracruz.

Desde luego que es posible una humanidad sin humanidades. El decurso del tiempo actual, o por lo menos aquel que transcurre desde hace poco hasta hoy, así lo ha venido demostrando. Es un hecho que no debería ser así, es decir, que las humanidades se vayan extinguiendo en el devenir del mundo contemporáneo. El problema de esta escases no es problema del mundo técnico que ha abarrotado nuestros días y distintas facultades en las universidades; posiblemente tampoco sea por motivo de índole social, moral, política o de recursos económicos. Pareciera, más bien, un problema pedagógico.                                  

En ese sentido, claro que una humanidad sin humanidades es posible, pues si el hilo conductor más importante de la enseñanza se ve desquebrajado, los resultados no pueden ser positivos, o por lo menos, no consecuentes con su causa. ¿A qué hace referencia esto último? A que el olvido del pensamiento crítico alimentado por el pensamiento humanista está (o se encuentra) en peligro por una falta de compromiso profesional. A reserva de estar equivocados en este punto, es posible considerar esta opción como (una) causa de esta pérdida que, en el ámbito de la educación, resulta pertinente. Este extravío desde luego que tiene consecuencias y su traducción más obvia recae en una falta de compromiso intelectual por parte del párvulo del conocimiento.                                                    

Muy seguramente la pérdida del humanismo en la humanidad no sea un asunto de la pedantería por parte del instructor o maestro (como lo menciona Fernando Savater, filósofo español), tampoco se debe negar esa opción como posible. Sin embargo, los malos elementos hacen más daño que los buenos arrogantes al momento de tomar la catedra en cualquier pulpito del saber. Un pedante, pese a la soberbia que babee de su boca, algunas veces puede ser más motivador para mentes principiantes que un humilde cansado o decepcionado de su vocación docente. Lo mismo ocurriría con el estilo literario, es decir, la escritura oscura y no lúdica de algunos autores que han pasado a la historia como genios. Aquel adjetivo no tanto por la lucidez de sus ideas, sino por la manera de comunicarlas: “brillantemente oscuras”. El daño más nocivo que perfora el interés intelectual de un alumno es un mal maestro. No es la arrogancia, no es la oscuridad de las ideas, no es el lugar del saber, no es la materia que enseña, no es la ciencia que ejerce; es la falta de compromiso ético al momento de desarrollar la enseñanza y el aprendizaje.                        

Desde luego que es posible una humanidad sin humanidades. Sin embargo, hoy día estamos en el mejor momento para que una humanidad con humanidades sea posible. Por lo menos si nos remontamos al origen mismo de la palabra (como todo aquello apartado de lo divino o teológico; no obstante, anclado a lo humano). La educación humanista que consiste en fomentar e ilustrar el uso de la razón, es posible en un mundo como el nuestro, pese a todas sus adversidades y complejidades. La educación que parte de la observación, la abstracción de las ideas, la deducción lógica, la argumentación razonada y coherente hoy más que nunca es posible. Tenemos las condiciones materiales para que así sea.

El fomento de un espíritu crítico ante las mal formaciones del poder, o personalidades masculinizadas de pensamiento único y superlativo, desde luego que es posible. Hoy más que nunca se puede considerar como necesaria esa opción. Pero hay que insistir, el problema no pasa por la soberbia, la arrogancia, la pedantería, la grandeza de la sabiduría, la separación entre cultura científica y literaria, entre la letras y la técnica, entre las humanidades y las ciencias prácticas, el problema de fondo está en el proceso de la enseñanza, pues quien debería hacerlo ya no quiere o se siente sin ánimo de acción. Ahí pongamos la mirada, justo en el problema: Contra los malos maestros.